Jacques Rancière autor de “El
espectador emancipado” nos lleva a la reflexión del pensamiento ya desarrollado
en su otro libro “El maestro ignorante” dónde se planteaba la polémica cuestión de la igualdad
intelectual en el revuelo del debate creado en torno a la finalidad de la
escuela pública.
Compara a los espectadores, que
ven, sienten, comprenden y componen su propio poema, al arte como creador de
diferentes formas de vida. El arte es transformador, propone medios de
expresión y de acción. Tiene la capacidad de construir sensibilidad. Equipara a los espectadores a lo actores, directores de teatro y bailarines. Para él ser un espectador es alguien que mira.
Mirar no es conocer. Es una apariencia y
como tal le falta la verdad. Es ser pasivo porque está sentado y sin moverse. Ser espectador es estar separado al
mismo tiempo de la capacidad de conocer y del poder de actuar.
De alguna manera se descalifica
al espectador porque no hace nada, tiene una capacidad contemplativa y no una
capacidad de actuar esencial para la emancipación.
Esa oposición es una forma de
organización sensible quebrada en el sentido más material. La persona cuanto
más contempla menos es. Se separa de su esencia, de su realidad, de su acción,
de su propia vida. Y busca en el teatro aquello a lo que ha renunciado en su
vida real.
¿Cuál es la relación entre las ideas fundamentales del libro y la
escuela? Por un lado sitúa la importancia de la emancipación, de ser activo y
conocer frente a lo pasivo y el mirar. La importancia de salir de esa pasividad
y la de aprender en la escuela a través de los procesos de la inteligencia. El
camino que va desde la ignorancia, donde se deletrean signos a la cultura de construir
hipótesis pone en marcha siempre a la misma inteligencia en cada persona pero
diferente a otras inteligencias. Una inteligencia que traduce signos por otros
signos y que procede por comparaciones y figuras para comunicar sus saberes
intelectuales y comprender lo que otra inteligencia se empeña en comunicarle. Existe
una distancia que hay que franquear con uno mismo y frente a otras
inteligencias que realizan el mismo recorrido. Un camino que va desde lo que se
sabe hasta lo que se ignora y que puede aprenderse. La relación pedagógica
entre el maestro y el alumno consiste en suprimir esa distancia entre saberes e
ignorancias. Cada acto intelectual es un camino trazado entre una
ignorancia y un saber.
En el “Espectador emancipado” existe una relación entre el arte y la pedagogía y es el
franquear el abismo que separa la actividad de la pasividad. Los términos:
mirada, escucha, apariencia y pasividad
frente a saber, palabra, verdad y acción más que oposición definen el reparto
de lo sensible.
La
emancipación comienza cuando se cuestiona, se comprende y se evidencia porque
el espectador también actúa, compara, interpreta y compone su propio poema al igual
que el alumno y el experto o docto. Aprendemos y enseñamos, actuamos y
conocemos también como espectadores que ligan en todo momento lo que ven con lo
que han visto y dicho, hecho y soñado. Todo espectador es de por sí actor de su
historia.
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