Siempre fui una gran entusiasta de la escuela. Siempre me gustó su
equilibrio, entre orden y anarquía, su heterogeneidad. La escuela ideal y soñada
era encontrarme con la mejor gente y no que enseña cosas simplemente sino que
puedes hablar, compartir ideas, tiene saber y escucha, que aprendes con ellos. Para
mí serían los mejores profesionales. No se centrarían solo en lo individual
sino que tratarían de tender puentes entre el yo y la sociedad, entre la
ciencia, la cultura y el cosmos.
Mi educación había sido bastante buena y no quería perderla aunque la
escuela está muchas veces al margen de la misma. Siempre me enseñaron a valorar
y esto había sido una gran oportunidad para mí. Pero algo tan sencillo y fácil
como es entender y reflexionar sobre el sentido de la vida, lo que es bueno y
malo, en la escuela apenas se tiene tiempo o cuesta mucho tiempo.
Me gusta enseñar a transformar las emociones, a gestionarlas, a hacer
frente a las adversidades. En la diversidad existe un punto en común que es el
optimismo respecto a la razón humana y a la capacidad para poder mejorar la
vida.
Cuando me encontré con gente que tiene talla y saber me dio la sensación
que parten de que son adultos totalmente formados y responsables. Esto para mí
ya suponía un problema. Pues me daba la sensación de que solo tenía que
aprender yo como si los demás ya no tienen que aprender, son adultos, ya saben.
Yo soy adulta y en cambio siempre estoy aprendiendo. Me enseñaron que tenía que
portarme bien con todo el mundo, ser agradable, simpática y caer bien. Esto me
llevaba a preocuparme sobre lo que pensaban de mí, y lo que hacían respecto a
mí. Y esto no tenía que importarme, ni tampoco tenía que enfadarme ni envenenarme
con ningún tipo de humillación, de actos ni comentarios, ni tan siquiera
deprimirme. Pues podían producir ideas
tóxicas y ser portadoras de sufrimiento. Y ahí estaba la esencia, así que este
pensamiento también cambió y fue un éxito para mí pues me cuadró todo. Empecé a
aceptarme, a gustarme y a continuar mi caminar aprendiendo y enseñando y que todo
ello fuese aplicable para la vida. Realmente vives las experiencias, luego las
interpretas y posteriormente surge la respuesta emocional. No quería perder mi
carácter abierto, sociable ni quizás bullicioso, aunque aprendí a ser mucho más
discreta. Como humanos
nos responden. Lo que yo consideraba una misión pedagógica era el poder ser una misma, cuestionarse a una misma e intentar no
asimilar creencias erróneas, plantear ideas para mejorar al menos el alumnado y yo misma pues esto hace que tanto ellos como yo nos enriquezcamos, mejore y da más sentido a lo que hago y a mi vida.
Es cierto, que al igual que en estos momentos, una se sienta en el sofá y escribe, y
es como un monólogo constante, pues aprende a ser un poco escritora, filósofa,
psicóloga, pedagoga y sobre todo analista, siempre se analiza y se pregunta
todo. ¿Podría ser…? ¿Cómo haré…? ¿Es razonable…? ¿Puede ser…? Darte cuenta que
no necesitas el aplauso de los demás sino alcanzar tu libertad interior y la
resistencia ante la adversidad pues las mejores lecciones son las que te da la
vida es lo mejor que me ha sucedido.
La escuela es un arte y sí para el alumnado es importante que aprenda conocimientos y saberes, para todos es más que sepan ser ciudadanos ,su bienestar y su plenitud o máximo grado
de desarrollo.
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